Genesis – El hombre y la mujer en el Edén – Capítulo 2

¡Qué bendición estar reunidos hoy para adentrarnos juntos en la Palabra del Señor! El pasaje que vamos a ver, nos transporta al principio mismo de la creación, al jardín de Edén, donde la mano soberana de Dios modeló al hombre y a la mujer, dándoles un propósito divino y un lugar especial en Su perfecto diseño.

Este relato también revela la relación íntima que Dios deseaba tener con Su creación.

Desde la formación del hombre del polvo de la tierra hasta la creación de la mujer a partir de la costilla del hombre, cada detalle de este relato nos habla del amor y el cuidado de nuestro Dios. A medida que exploramos estos versículos, descubriremos las maravillas del Edén.

Que el Espíritu Santo nos guíe mientras exploramos las profundidades de este pasaje, reflexionando sobre la verdad eterna que nos ofrece y buscando cómo podemos aplicarla a nuestras vidas en este tiempo y lugar.

El hombre y la mujer en el Edén

no crecían en ella plantas salvajes ni grano porque el Señor Dios aún no había enviado lluvia para regar la tierra, ni había personas que la cultivaran.

6 En cambio, del suelo brotaban manantiales que regaban toda la tierra. 

7 Luego el Señor Dios formó al hombre del polvo de la tierra. Sopló aliento de vida en la nariz del hombre, y el hombre se convirtió en un ser viviente.

8 Después, el Señor Dios plantó un huerto en Edén, en el oriente, y allí puso al hombre que había formado.

El Señor Dios hizo que crecieran del suelo toda clase de árboles: árboles hermosos y que daban frutos deliciosos. En medio del huerto puso el árbol de la vida y el árbol del conocimiento del bien y del mal.

10 Un río salía de la tierra del Edén que regaba el huerto y después se dividía en cuatro ramales.

11 El primero, llamado Pisón, rodeaba toda la tierra de Havila, donde hay oro.

12 El oro de esa tierra es excepcionalmente puro; también se encuentran allí resinas aromáticas y piedras de ónice.

13 El segundo, llamado Gihón, rodeaba toda la tierra de Cus.

14 El tercero, llamado Tigris, corría al oriente de la tierra de Asiria. El cuarto se llama Éufrates.

15 El Señor Dios puso al hombre en el jardín de Edén para que se ocupara de él y lo custodiara;

16 pero el Señor Dios le advirtió: «Puedes comer libremente del fruto de cualquier árbol del huerto,

17 excepto del árbol del conocimiento del bien y del mal. Si comes de su fruto, sin duda morirás».

18 Después, el Señor Dios dijo: «No es bueno que el hombre esté solo. Haré una ayuda ideal para él».

19 Entonces el Señor Dios formó de la tierra todos los animales salvajes y todas las aves del cielo. Los puso frente al hombre para ver cómo los llamaría, y el hombre escogió un nombre para cada uno de ellos. 

20 Puso nombre a todos los animales domésticos, a todas las aves del cielo y a todos los animales salvajes; pero aún no había una ayuda ideal para él.

21 Entonces el Señor Dios hizo que el hombre cayera en un profundo sueño. Mientras el hombre dormía, el Señor Dios le sacó una de sus costillas y cerró la abertura. 

22 Entonces el Señor Dios hizo de la costilla a una mujer, y la presentó al hombre.

23 «¡Al fin! —exclamó el hombre—. ¡Esta es hueso de mis huesos y carne de mi carne! Ella será llamada “mujer” porque fue tomada del hombre». 

24 Esto explica por qué el hombre deja a su padre y a su madre, y se une a su esposa, y los dos se convierten en uno solo.

25 Ahora bien, el hombre y su esposa estaban desnudos, pero no sentían vergüenza.

Reflexión

Despues de haber contemplado el relato de la creación del hombre y la mujer en el Edén a través del video que acabamos de presenciar, me gustaría reflexionar juntos sobre las lecciones poderosas y atemporales que podemos extraer de este relato divino.

En este relato, hemos visto la meticulosa artesanía de nuestro Creador, quien, con Sus propias manos, formó al hombre del polvo de la tierra y luego, de una costilla, creó a la mujer. Cada detalle revela el amor y el propósito que Dios tiene para Su creación. No somos accidentes cósmicos ni resultados fortuitos del azar, sino seres creados a imagen y semejanza de un Dios que nos diseñó con un propósito específico.

El Edén, ese jardín perfecto, nos presenta un cuadro de la comunión y la armonía que Dios deseaba tener con nosotros. Observamos cómo Él proveía para todas las necesidades de Sus hijos y les daba libertad con una única advertencia amorosa: no comer del árbol del conocimiento del bien y del mal. Sin embargo, como seres humanos, somos propensos a la tentación y la desobediencia.

La elección del hombre y la mujer de desobedecer a Dios llevó a la entrada del pecado en el mundo, separándonos de esa comunión perfecta que Dios diseñó para nosotros. Pero, desde el principio, Dios ya tenía un plan de redención.

El hombre y la mujer fueron creados para ser compañeros, para reflejar juntos la imagen divina. El matrimonio, diseñado por Dios, es una institución sagrada que nos habla del amor sacrificial y la unidad que Dios desea para nosotros.

Encomendémonos a la gracia redentora de nuestro Señor Jesucristo, para que podamos vivir de acuerdo con Su propósito original y experimentar la plenitud de la comunión que Él anhela tener con cada uno de nosotros.

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